Hablar de música urbana hoy en día puede ser confuso por la ambigüedad del término, en especial si se quiere ser específico sobre algún subgénero de este gran paraguas. La música «urbana», o en general la cultura hip hop, viene siendo, desde hace algún tiempo, el pilar cultural y comercial de la música latina. No es que antes no se hiciera rap, pero los números de visitas que se manejan hoy en día, la viralidad de los temas, el lleno de salas de conciertos y la idolatría a sus figuras máximas son algo que hace años parecía solo un sueño. El hip hop, el género más global hoy en día, conquistó Sudamérica a raíz de distintos factores que coincidieron y dieron lugar a su auge comercial. Un innegable acontecimiento que ayudó a esto fue el crecimiento gigante que atravesaron las batallas de freestyle en español, siendo de los primeros reflejos de esta cultura en alcanzar la viralidad inmediata en relativamente poco tiempo. Así, el rap empezaba a ser algo más que música que se podía escuchar, ofrecía otros espacios de entretenimiento e interpretaciones, y no es exagerado decir que las batallas fueron la puerta de entrada a la cultura hip hop para mucha gente, con las consecuencias que eso pudo traer.
EL TRAP SE INSTALARÍA DE FORMA DEFINITIVA EN ABRIL DEL 2018 CON EL REMIX DE ‘LOCA’
En este contexto encontramos los cimientos sobre los que
paso a paso se erguirá el trap argentino. Se ha contado ya varias veces la
historia de El Quinto Escalón y cómo fue la plataforma
necesaria para que todo explote. Esta legendaria competencia de batallas, que
tuvo lugar en el Parque Rivadavia entre el 2012 y el 2017, fue semillero de
algunas de las caras más visibles de la música argentina hoy en día. Durante
los años que se llevó a cabo, sus mayores figuras empezaban a hacerse de un
nombre conocido y de varios seguidores fieles a ellos. Todo esto en paralelo a
la globalización extrema que atravesó la década pasada, en la que las
comunicaciones avanzaron a pasos agigantados, la información era muy accesible
para todos y la influencia de otras culturas empezaba a llegar a la juventud de
manera más directa que antes.
En la vorágine creada por las batallas de free,
un 11 de noviembre de 2016, Duki debuta con su single ‘No
Vendo Trap’, sin saber (o muy consciente quizá) que cambiaría la historia de la
música argentina. El tema, lanzado con un video casero, lo mostraba rapeando
sobre una pista de trap con su característico flow mostrado en la competencia y
rapeando barras que jugaban con fonemas, como tenía acostumbrado al público.
Fue la primera canción argentina que se puede registrar de este género.
Motivados por Duki, fueron varios los artistas que empezaron a aprovechar la
exposición que tenían para comenzar a coquetear con la música: Lit
Killah, Ecko, incluso el mismo Paulo Londra, por
nombrar a algunos.
El trap en argentina tenía una característica: no se
asemejaba tanto a la idea que existía en esos años sobre el trap latino y su
inmediata asociación con el reggaetón. Sí, era música que se podía escuchar
en el boliche, pero los raperos se encargaban de dejar barras coherentes, hacer
juegos de palabras o agregarle algo que le dé un poco más de valor a su
trabajo. Esto puede ser, quizás, lo que distingue al trap argentino: su intento
de acercarse a las raíces del hip hop.
Un año después del tema de Duki hubo otro gran hito
histórico: ‘Loca’. Con el trap ya instalado y perfilado a ser la próxima gran
cosa en la música argentina, había un mercado dispuesto a escuchar. Así, Khea,
junto a Cazzu y el mencionado Duki, lanzan el single que
sonó por todos lados la última parte del 2017. La historia cambiaría una vez
más, y esta vez el trap se instalaría de forma definitiva cuando, en abril del
2018, salió el remix de ‘Loca’ con nada más y nada menos que Bad Bunny.
Oficialmente era una realidad: el trap argentino había conquistado a la
juventud y tenía todo para comerse al mundo. Lo que se hacía en el sur del
continente logró llamar la atención de figuras globales y estaba aquí para
quedarse. Ese fue el salto que le faltaba para su internacionalización y,
quizás, lo que dotó de confianza a todos sus exponentes para saber que tenían
en sus manos la fórmula del éxito.
El 2018 fue un año en el que el género invadió espacios que no le pertenecían antes: medios tradicionales, recintos de conciertos de gran escala, festivales, etc. El trap se volvió el fenómeno que hacía que algunos se rasquen la cabeza, cuanto menos, y en el peor de los casos lograba que adultos con trabajo y vidas hechas se sintieran obligados a ir a las redes sociales a criticar, en reiteradas ocasiones, el estado de la música actual.
El trap argentino se puede describir también por otra
característica: variedad. Hay para todos, todo. Hay trap más puro y duro como
el de Ecko, Seven Kayne o Neo Pistea; hay
experimentaciones interesantes como las que hacen Ysy A o Ca7riel y Paco
Amoroso; hay híbridos con reggaetón, u otros géneros que hacen cuestionar
su naturaleza, como lo que hacen Lit Killah y Paulo Londra. Hay trap que no es
trap, como los primeros temas de Wos. Hay, también, rap de calidad
hecho por mujeres como la mencionada Cazzu o Dak1llah.
Argentina debe ser el país con la mejor industria trapera
ahora mismo, y es, definitivamente, la responsable de su expansión total en
Sudamérica. Sin embargo, hay que recordar que el género es bastante
joven y no cuenta ni siquiera con un lustro completo desde su
erupción, por lo que todavía hay mucho por descubrir. Estos años han sido
bastante de prueba y error, y el género y el mercado se encargan por sí solos
de filtrar el exceso, dejando claro quienes merecen estar en lo más alto. La
década que empieza este año es la gran oportunidad para que, de una vez por
todas, el trap se consolide como el género argentino por excelencia de la
actualidad.
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